Un guerrero guaraní en Lens


                                                                         Foto: taringa.net

Tuvo contra las cuerdas al campeón, lo tuvo al borde del knock out, lo hizo tambalear ante su gente, le gritó en la cara que no era intocable y que si le quería ganar tendría que sangrar tanto como él. No hablo de un púgil sobre un ring de box, sino de un arquero de fútbol al que se le escurrió la gloria entre los guantes, que murió de pie, con la frente al cielo y mostrando grandeza en la derrota.

Ocurrió el 28 de junio de 1998 en Lens, Francia, en el estadio Félix Bollaert. Se enfrentaban por los octavos de final del campeonato mundial, la anfitriona Francia ante un país que los europeos ni siquiera sabían ubicar en el mapa: Paraguay.

Una ciudad tan tranquila como Lens, jamás pensó albergar una de las batallas futbolísticas más recordadas en la historia de los mundiales. Por un lado, los locales con una selección cosmopolita: Zidane con ascendencia argelí, Lizarazu de origen vasco, Desailly nacido en Ghana, Trezeguet argentino, Henry con ancestros en las Antillas Menores (Guadalupe y Martinica), Djorkaeff de padre armenio, y franceses natos como Blanc, Barthez, Deschamps, Petit, entre otros. Y por el otro lado, once guaraníes. Uno de ellos, José Luis Félix Chilavert, su arquero y capitán.

Chilavert era como un general detrás de su ejército: comandaba, ordenaba, corregía, arengaba, defendía y… atacaba. Aún siendo arquero: convirtió sesenta y dos goles durante su carrera, ocho de ellos con su Selección. Su mayor logro futbolístico lo había conseguido cuatro años antes, cuando se coronó campeón de la Copa Intercontinental jugando para Velez Sarsfield. En la final derrotaron 2 a 0 al poderoso y favorito Milan de Italia. De personalidad avasalladora, capaz de fulminar con los ojos, intimidante con el gesto y duro con la palabra, el “1” de Paraguay inspiraba respeto en sus compañeros y sembraba temor en los rivales.

Francia, que había organizado el mundial para ser campeón, diseñó el fixture de manera que solo podría enfrentarse a Brasil en la final. Eran tiempos en los que Brasil era Brasil. Francia pensaba en grande, no había duda. De manera que los paraguayos sobre el papel, y a pesar de tener a Chilavert en sus filas, parecían ser un bocadito para los anfitriones, una pequeña molestia antes de pasar a cuartos de final, una piedrita en el camino antes de alzar la copa y sentirse los dueños del mundo.

Pero olvidaron que el mundo también tiene un lugar reservado para los paraguayos, descendientes de los indios guaraníes. Guaraní deriva de la palabra “guará-ny” que significa “combatirles”. Es una raza con una predisposición natural para la pelea y para la defensa del territorio. Lo que en estos tiempos se conoce como “garra paraguaya”. Pero eso no tenían porque saberlo los franceses.

Desde el inicio del partido, la euforia del público y el optimismo de la selección dueña de casa se estrellaron ante una pared que levantó la defensa paraguaya con cinco defensores: Carlos “El colorado” Gamarra, Pedro Sarabia, Celso Ayala, Carlos Paredes y Francisco “El chiqui” Arce conformaron un muro de contención impenetrable, que hubiese sido capaz de frenar el avance nazi en la segunda guerra mundial y evitar que invadan Francia. Y en el arco, José Luis Chilavert era un candado al que no le encontraban la combinación para abrirlo.

Durante el encuentro Francia intentó arrinconar a Paraguay, que respondía con contragolpes que asustaban la portería de Fabien Barthez. En el otro arco, Chilavert desviaba todos los pelotazos que le disparaban los atacantes rivales (para él, sus enemigos). Noventa minutos de juego no fueron suficientes para los locales, quienes se resignaron a jugar el tiempo suplementario. Para los visitantes, el alargue significó un buen augurio, era un premio al trabajo, al sacrificio, al orden táctico, a la garra, a Chilavert.

El tiempo suplementario podía durar hasta treinta minutos a menos que alguno de los dos equipos convirtiera un gol, con lo cual, se terminaría inmediatamente el partido: era el famoso “gol de oro” instaurado para ese mundial.

En el minuto 114 llegó la tragedia para Paraguay. Pires, casi desde el vértice del área grande, la centra para Trezeguet quien está solo en el corazón del área y la pivotea para Laurent Blanc. Fusilan a Chilavert. Pero no lo matan. Uno a cero para Francia y se acabó el partido.

Mientras el público en el estadio se levantaba de sus asientos para festejar el gol del triunfo, en la cancha y al mismo tiempo, como simulando una coreografía entre la victoria y la derrota, los jugadores paraguayos caían desplomados al césped mordiendo la bronca y llorando la frustración. De pronto se le ve a Chilavert que los pone de pie uno a uno. Los levanta. Los revive, los consuela con un par de arengas. Una vez más se ponía el equipo al hombro.

En otro lado del cancha, frente al banco de suplentes de Francia, Zinedine Zidane, su máxima figura, reventaba un tomatodo de bebida rehidratante contra el piso para liberar toda la tensión que acumuló en los ciento catorce minutos que duró el encuentro. No había podido jugar por estar suspendido. Fabien Barthez se acercó a saludar a Chilavert y le pidió intercambiar las chompas de arquero. El paraguayo se negó: su camiseta no es trofeo de guerra.

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