El último "10"

                                                                                          Foto: elmundodeporte.com

Juan Román Riquelme podría ser el último “10” en la historia del fútbol. Los equipos autodenominados "modernos" parecen no necesitarlos más, aunque en algunos estadios, sobre todo en Sudamérica, aún se disfruta de la individualidad: el hincha necesita un caño, una pared, un sombrero, o en el peor de los casos, una bronca en medio del partido para justificar el pago de su entrada y regresarse feliz a la casa. Aquí, en el nuevo continente, a un “10” se le trata casi como a un elegido. Tiene que ver con nuestra idiosincrasia, con nuestra necesidad de encontrar un héroe, un caudillo que nos defienda, un reinvindicador de voluntades populares, alguien a quien sacar en hombros de la cancha y a quien podamos robarle la patente de su nombre para bautizar a nuestro hijo primogénito.

Riquelme es el cerebro de Boca Juniors, es el generador de juego, quien lleva los hilos no solo del equipo sino también de las cuatro tribunas que tiene la Bombonera, estadio de Boca. Los hinchas lo adoran. Se trata de un jugador fuera de serie. Riquelme es capaz de ver el movimiento que hará el compañero o el rival. Juega adelantado en el tiempo. Es como mirar un partido de fútbol con el audio adelantado algunos segundos en comparación a la imagen: ya se sabe lo que va a pasar. Su rapidez es mental. Y es, siempre, oportuno al momento de dar el pase. No necesita correr. No es lento, aunque hace años lo hallan etiquetado así. Riquelme sabe ponerle pausa al vértigo que hay en la cancha y a la impaciencia a veces irracional de la tribuna. No es lento, pero su paciencia la maneja al filo de la navaja. Su fútbol es tan fino que una acción prematura o tardía provocaría el derrumbe de su propio mito. Riquelme es un jugador conceptual, que entiende la totalidad del juego, un rebelde que se resiste a enmarcarse en un planteamiento táctico que anule su fútbol. Es que donde él juega, son Riquelme y diez más.  

De rostro a veces inexpresivo, parece triste o muy serio. Cuando habla, salvo la boca, ningún otro músculo de su rostro parece hacer algún esfuerzo por moverse. Es monótono en la forma, pero no en lo que dice. Su hablar es pausado, parece medio dormido mientras empieza a dar una respuesta, pero luego nos saca del letargo con conclusiones tan precisas como sus pases. Siempre da en el blanco y genera frases como: “El 10 es solo un número, no me miro la espalda cuando juego”. “Para algunos seré bueno, más o menos, un burro, o un pecho frío. Pero soy Riquelme gracias a Boca”. “Yo en la cancha veo todo”. En las entrevistas que le hacen, solo se le ve esbozar una sonrisa cuando interpreta que le hacen una pregunta con trampa, cuando le quieren hacer pisar el palito. Se molesta cuando le insisten o cuando algún periodista supone o interpreta lo que pasa a él en lugar de preguntarle directamente. Su carácter flemático, poco argentino, llegó al punto de que se cuestionara si el “10” era feliz o no. La respuesta que el país esperaba llegó en un comercial de Pepsi y papitas Lays: Riquelme va por una calle con periodistas e hinchas detrás de él, quienes le preguntan si es feliz o no. Román responde que sí, pero no parece convencer. Solo cuando llega a un supermercado y toma del andamio una Pepsi y una bolsa de papas Lays, dice mostrando los dientes a la cámara: “Riquelme, está feliz”. El comercial termina con Román bailando como Travolta en una discoteca. Algunos años antes había declarado: “Zinedine Zidane es el más grande hace diez años y no se ríe”.

Riquelme en argentina es un tema que polariza, se encuentra en un fuego cruzado entre sus defensores y detractores. Román solo se dedica a jugar y hacer ganar a su equipo. Luego de marcar un gol o de hacer una asistencia para que el gol lo marque otro, corre hacia la platea con las dos palmas de las manos junto a sus orejas. El topo Gigio. La “10” de Boca Juniors, que alguna vez le perteneció a Diego Armando Maradona, ahora es de Riquelme. Ambos astros fueron amigos hasta que Román renunció a la Selección que dirigía Maradona, quien declaró: “Lo veía a Román que salía jugando por detrás de Mascherano (volante central). Yo le pedí que jugara delante de él, nada más. Solo le pedí que jugara 20 metros más adelante”. A Riquelme parece que no se le puede decir por dónde juegue y ni de qué juegue. Riquelme juega de Riquelme, tan claro como eso. Es el amo y señor del campo. Él se divierte, aunque le digan que no es feliz.

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