El campeón que no sabía patear al arco

                                                                  Foto: ar.deportes.yahoo.com

La selección de fútbol de Grecia, campeona en la Eurocopa del 2004, supo conciliar casi a la perfección el “jugar bien” con el “jugar feo”. Que conste desde el inicio que dije “jugar bien”, que no es lo mismo que “jugar bonito”. Grecia pasó a la historia por ser un campeón que aburría al público en lugar de emocionarlo. Es más, lo aburría hasta el bostezo. Si se revisan sus estadísticas, su perfil encaja más con un equipo eliminado a la mitad del camino: jugó seis partidos y marcó siete goles, tuvo un promedio goleador de 1,17 por partido y fue una de las selecciones que menos remató al arco. Fue el equipo amonestado con la mayor cantidad de tarjetas amarillas: dieciocho en total. En fase grupos solo ganó un partido y su diferencia de goles fue cero. Su posesión de balón fue siempre inferior a la de sus rivales, esto quiere decir que Grecia campeonó sin tener la pelota.

Pero… ¿Cómo es que un equipo que juega feo sale campeón?

La respuesta la tiene, siempre la tuvo, el alemán Otto Rehhagel, director técnico de aquella selección. Un tipo parco, sin gracia, autoritario y disciplinado hasta el dolor. Dicen que los equipos se parecen a sus entrenadores, quizá por eso, Rehhagel construyó uno como él: capaz de ganar con pocos argumentos y sin preocuparse en agradar a los demás. Su estrategia era simple: obstruir, destruir y contraatacar. Al alemán le tomó tres años de trabajo darle forma al futuro campeón.
  
Grecia debutó en la Eurocopa contra el anfitrión y favorito Portugal, equipo que contaba en sus filas con Luis Figo, Rui Costa, Deco y un jovencísimo Cristiano Ronaldo. De lejos se percibía que los griegos eran el cordero destinado al sacrificio, la ofrenda que los portugueses les harían a los dioses antes de iniciar su peregrinación hacia el título de Europa. Pero los dirigidos por Otto Rehhagel dieron el batacazo y ganaron 2 a 1. Aún nadie parecía advertir el rigor táctico de los griegos, por lo que al resultado se le consideró un traspié de los anfitriones. Solo mala suerte.

Grecia continuó su participación arañándole un empate a España, otra favorita del grupo. Luego encajaría una derrota ante Rusia por 2 a 1, en un encuentro en el que los dirigidos por Rehhagel no podían permitir que les conviertan un tercer tanto, eso significaría ceder su cupo a cuartos de final a los españoles. De manera que los griegos defendieron la derrota con un cuchillo entre los dientes y al final del partido, incluso la celebraron. Fútbol feo pero efectivo. Clasificaron a la siguiente ronda donde debían enfrentar a Francia, que en ese momento, era el vigente campeón europeo. Parecía que la “suerte” se le acababa a Grecia, pero volvió a dar la sorpresa y derrotó 1 a 0 a los franceses con gol de Charisteas. Hizo lo mismo con República Checa en las semifinales y la derrotó por el mismo marcador en tiempo suplementario. El gol del triunfo lo marcó un... defensor.

Ningún equipo llega a la final de un torneo por casualidad. Algún mérito debía poseer Grecia. En realidad, tenía más de uno. Era un equipo tácticamente ordenado, disciplinado, solidario, muy bien  organizado y con una clara vocación defensiva. El atacar resultaba, en la mayoría de las ocasiones, como producto de los errores del rival, a lo que se sumaba su capacidad para maximizar las pocas oportunidades de gol. Grecia, daba la impresión, jugaba para adormecer al oponente, para aburrirlo, para frustrarlo. Era capaz de transformase en esa boa que hipnotiza a su presa para luego tragársela entera. Hacía un gol y cerraba el partido, lo terminaba antes de que el árbitro diera el pitazo final. No daba ventajas y terminaba por desquiciar al rival. Grecia golpeaba solo una vez.

La final sería para los griegos la oportunidad perfecta para consagrar la estrategia que pregonaron sacrificadamente durante todo el torneo. El último partido de la Eurocopa del 2004 se puede resumir en solo dato estadístico: Grecia no generó ninguna jugada colectiva de peligro durante todo el encuentro, solo aprovechó el único tiro de esquina que dispuso para marcar el único gol (cabezazo de Charisteas, único remate al arco en noventa minutos) y coronarse campeón de Europa.

Ser campeón, sin embargo, no salvó a la selección de Grecia de las críticas feroces que la etiquetaban como "mezquina" y practicante del llamado "antifútbol". Catenaccio griego. Era un equipo en el que su mayor figura era el arquero Nikopolidis, diez veces campeón de la Superliga de Grecia (Primera División) y nueve veces campeón de la Copa de Grecia. Los demás titulares habituales eran jugadores normales. La defensa la conformaban Seitaridis, Kapsis, Dellas y Fyssas. En el mediocampo Zagorakis, Katsouranis, Basinas y Karagounis. En la delantera Charisteas y Vryzas. Alternaron también Papadopoulos, Giannakopoulos, entre otros. Cinco de estos jugadores fueron incluidos en once ideal del torneo.

El entusiasmo de sus hinchas se desvanecería con la no clasificación para el mundial que se celebró apenas dos años después, y en la Eurocopa siguiente, al ser eliminados en primera ronda. “Solo una vez ocurren los milagros”, se diría de la obra Rehhagel tiempo después. Sin embargo, el alemán tuvo el ingenio de dejar una última alegría: clasificar a Grecia al mundial del 2010, luego del cual, presentaría su carta de renuncia. Así se fue Otto Rehhagel, un entrenador que supo maximizar el efecto de sus pocas palabras, tanto como las pocas virtudes de los futbolistas que dirigió.

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